lunes, 13 de junio de 2016

Paisajes idealizados y gentes estereotipadas del País del Sol Naciente





Antes de entrar en materia me gustaría enmarcar lo que voy a comentar dentro de un proceso más amplio. En concreto la formación a finales del s. XIX de una imagen tópica de la cultura japonesa, o al menos de una cierta estética derivada de ella que luego sería difundida de forma global mediante los mecanismos de la cultura de masas contemporánea. Esto último a través de muy diversos medios, desde el cine a la pintura, pasando por el cómic o los videojuegos.












He dedicado alguna entrada anterior a tocar aspectos tangenciales a todo ello y hoy voy a hacerlo nuevamente ya que de cara a dicho proceso la fotografía decimonónica tuvo una importancia nada despreciable.

Respecto a las primeras fotografías tomadas sobre Japón hay que tener en cuenta un matiz esencial. El trabajo de los primeros fotógrafos foráneos que se instalaron en el país estaba orientado hacia el consumo occidental, es decir a satisfacer el ansia de conocimiento de sus compatriotas acerca de aquel exótico y misterioso país. Y a ese respecto hablamos de una época en que las primeras imágenes que se habían difundido en Europa y Norteamérica sobre Japón correspondían a estampas ukiyo-e las cuales habían puesto de moda diversos tópicos, ya que el ukiyo-e como género pictórico no dejaba de estar basado en ellos. Frente a eso los primeros fotógrafos occidentales hicieron poco por escapar a esa visión estereotipada del país que había llegado a Occidente. Al contrario, la mayoría de aquellos fotógrafos se dedicaron a reforzar dicha imagen folklórica de Japón ya que era la vía más lucrativa.

Por entonces Japón se encontraba en pleno desmantelamiento del feudalismo en paralelo a una industrialización acelerada. Lo anterior a su vez desencadenó un fuerte aumento demográfico, el éxodo de muchos campesinos hacia las ciudades y en consiguiente un intenso crecimiento de las mismas. Ciudades que implementaban por entonces en su seno infraestructuras modernas, todo ello en medio de un proceso generalizado de occidentalización del país que alcanzó a todos los órdenes de la sociedad. Pero esos aspectos no interesaban demasiado en aquel momento a los consumidores de “postales” japonesas los cuales estaban únicamente interesados en lo que pudiese quedar de la sociedad tradicional antes que en imágenes reales del día a día de la población nipona del momento.





Con el tiempo cuando los fotógrafos propiamente japoneses lograron hacerse un sitio la mayoría de ellos aceptaron emular a los fotógrafos occidentales que habían sido sus maestros y habían creado un mercado que funcionaba relativamente bien. Por ello también esa primera generación de fotógrafos japoneses se dedicó prioritariamente a elaborar fotografías que vender como “souvenirs” a los turistas y comerciantes europeos y norteamericanos de paso por las grandes ciudades del país. Eran tiempos donde la mayor parte de la población japonesa no podía permitirse siquiera pagar el precio de un retrato, mientras que la fotografía con finalidad etnográfica o documental apenas existía como concepto, por lo que la fotografía como “recuerdo” turístico centrada en lo pintoresco se impuso durante varias décadas.

Este fenómeno de las recreaciones de escenas de género con finalidad comercial no era una práctica desconocida en los países occidentales, pero en el caso japonés lo que resulta peculiar es que se convirtió en la base de la nueva industria fotográfica. Es decir, dicha industria en sus primeros tiempos en Japón se dedicó fundamentalmente a producir imágenes para su exportación, hasta que por fin a comienzos del s. XX el público, los periódicos y el Estado japonés, empezaron a consumir fotografías en forma de retratos individuales o de grupo, como imágenes de actualidad para ilustrar la prensa diaria en expansión, o de cara a utilizarlas como propaganda bélica. Entonces todo cambió. Pero, hasta ese momento, la primera etapa de la fotografía japonesa se centró en satisfacer las demandas de un público extranjero que vivía el furor de la moda del “japonismo” con sus derivaciones en la pintura, la decoración de interiores, la música, o la literatura, a rebufo de óperas como El Mikado (1885) de Arthur Sullivan y novelas como Madame Chrysanthéme (1887) de Pierre Loti, la cual por cierto más adelante daría lugar a Madama Butterfly (1904), la conocida ópera de Puccini.

Como consecuencia de todo ello la inmensa mayoría de las fotografías tomadas en Japón en la segunda mitad del s. XIX responden a una serie de criterios muy específicos. O bien se trata de “postales” de hermosos paisajes en la línea de las estampas ukiyo-e, o bien nos encontramos frente a escenas de género recreadas normalmente dentro de un estudio.



En cuanto a esas escenas de género son fácilmente reconocibles por darse sobre fondo plano o, en el mejor de los casos, dentro de un burdo decorado. Por otro lado en cuanto a su temática resulta curioso comprobar la obsesión que se desarrolló por plasmar determinados arquetipos asociados a la imagen de Japón (como puedan serlo en España el torero o la bailarina vestida con traje de sevillana). Tal es así que los fotógrafos del período intentaban con mayor o menor fortuna y acierto recrear en sus estudios combates de sumo,





la mecánica de trabajo tradicional de diversos tipos de artesanos,






o supuestos retratos de samuráis, a pesar de que dicha clase social hubiese a todos los efectos comenzado su extinción en 1869.












Un ejemplo muy curioso de lo falso y mecánico de todo esto se puede ver a través de la obsesión que despertaban en los compradores occidentales, y por tanto entre los fotógrafos encargados de satisfacer la consiguiente demanda de imágenes, los diversos tipos de palanquines japoneses del momento. A través de las fotografías de los mismos casi es posible apreciar el proceso de perfeccionamiento técnico, desde fotografías muy burdas frente a un fondo oscuro, a otras usando ya decorados pintados con paisajes para dar la sensación de que eran tomadas al aire libre, hasta finalmente llevar a cabo los posados en el exterior de los estudios fotográficos con el fin de ganar en realismo.
  
















Aunque sin duda el tipo de escenas más requeridas fueron las dedicadas a plasmar a mujeres japonesas durmiendo, acicalándose o vistiéndose, por su componente erótico en aquel momento. Un tema ligado nuevamente a la pintura ukiyo-e que tuvo su traslación efectiva a la fotografía y luego a otros géneros siempre fascinando por igual a los occidentales












  




En general todas estas fotografías que de forma muy evidente se tomaron en estudios, frente a cortinas o fondos planos, o dentro de decorados, o se realizaron en exteriores pero como posados, considero que no poseen demasiado valor. Al final de esta entrada os dejo una amplia galería con este tipo de imágenes, todas muy bonitas, pero que en realidad carecen de vida, de verdadera espontaneidad, y por tanto de auténtico valor histórico. Si las comparáis con las de la anterior entrada que he dedicado a este tema, o con las de la entrada que voy a añadir dentro de unos días, veréis que existen claras diferencias. Como si algo fallase. Curiosamente, y no solo respecto al caso de Japón, las imágenes que son más fáciles de encontrar en la red, porque son las que más abundan, son las pertenecientes a este tipo de fotografías-tópico.

En cambio lo que yo he intentado muy trabajosamente a lo largo de los dos últimos años es sustraerme en lo posible a todo eso y recopilar un cierto fondo fotográfico sobre el mundo contemporáneo, en el momento previo al triunfo definitivo de la industrialización y el urbanismo modernos, a través de imágenes de buena calidad pero que muestren realmente la vida cotidiana en la calle, la fisonomía de las ciudades, de la actividad comercial, de los restos arquitectónicos a finales del s. XIX, evitando precisamente las imágenes de estudio o los posados con actores disfrazados con trajes tradicionales y ese tipo de cosas que en realidad estaban a la orden del día entre los fotógrafos de finales de aquel siglo. Si repasáis las entradas que he dedicado a China, a Corea, a la India, el Cáucaso, Irán, o al Sureste asiático de estos tiempos, pienso que en parte lo he logrado. A través de los cientos de fotografías que he recopilado, tras escoger entre muchas docenas de miles de imágenes sin la calidad o el interés que juzgo necesarios, se puede en cierta forma sentir la vida y viajar al pasado.

Lo interesante del caso japonés es que, pese a ejemplificar lo peor de ese defecto inherente a la fotografía decimonónica, mayormente falsa e impostada (como lo son también, por cierto, la mayor parte de las fotografías que se toman en la actualidad y se suben a las redes sociales) resulta que igualmente es un país que tiene la capacidad de ofrecernos lo mejor de ese tipo de fotografía. En la medida en que la industrialización japonesa fue relativamente tardía es posible encontrar entre las imágenes tomadas en aquella época algunas fotografías de un exotismo veraz, de un mundo anterior que todavía no se había apagado por completo en 1890 o 1900. Aunque para eso hay que rebuscar mucho. Como digo intentaré demostraros algo de lo que digo en una próxima entrada la cual espero que os sorprenderá. 



1 comentario:

  1. Entre las de los samurais, me quedo con el que está haciéndose el hara-kiri. Pero si se le ve hasta la sangre, y el tío está todo serio y ni le duele ni nada. Aunque el mejor es el cara-cartón que tiene al lado, que le mira sosteniendo la espada en alto como diciendo: "si no te mueres, te mato!"

    Genial como siempre.

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